El béisbol en Cuba es también conocido como “la pelota” o bien “la pasión”. Efectivamente como toda “pasión” es lo último que muchos cubanos sacrifican cuando les falta tiempo, y lo primero que privilegian cuando les sobra. Es también “la pelota”. ¡Atención al artículo definido “la” que reduce a “parientes pobres” al resto de los deportes!, (llámense éstos, lo mismo futbol, que basquetbol, volibol que frontenis, o cualquier otro deporte que dance alrededor de una esfera de caucho o de cuero). Indudablemente es el deporte preferido del pueblo. Tiene muchas virtudes y atractivos: favorece el desarrollo atlético y también el artístico (es un verdadero ballet), consume el tiempo libre en una actividad callejera que descansa, divierte y distrae, (díganlo si no, los innumerables grupos que juegan al “taco” en las esquinas de barrios y bateyes con una pelota que puede ser un amasijo de papel o un tapón de plástico y un palo de escoba convertido en bate). El béisbol es también una arena que permite establecer animados duelos verbales en los que los gladiadores hacen gala de su memoria prodigiosa cuando evocan estadísticas y de sus recursos oratorios cuando gesticulan y argumentan y contrargumentan en discusiones que se prolongan “ad infinitum”. No se puede ser educador en Cuba e ignorar la pelota. Es más, me atrevo a decir que un educador puede encontrar en la pelota un maravilloso trampolín de humanización y de evangelización. Estas realidades y reflexiones han llevado a nuestra comunidad marista a acoger todos los viernes en la tarde en nuestra pequeña cancha deportiva de diez por treinta metros, a niños que según la temporada del año pueden tener diez y once años (niños de primaria, en los meses de enero a mayo), o bien doce y trece años (estudiantes de secundaria, en los meses de octubre y noviembre) Comenzamos nuestros entrenamientos hacia las 4.30 p.m todos los viernes. Los niños, alrededor de veinte, llegan presurosos, una vez terminadas las clases de la semana, se forman y el entrenamiento se inicia con el siguiente diálogo: el niño capitán dice: “grupo, firmes” “compañeros, listos”, todos responden: “listos”, y luego añade; “compañero profesor, el grupo está listo para comenzar el entrenamiento”. Las dimensiones reducidas de la cancha sólo nos permiten algunos ejercicios de calentamiento guiados por los mismos niños, y sencillas prácticas de fildeo, de lanzamientos y de jugadas como el doble play y el toque de bola. En la parte teórica del entrenamiento repasamos los errores cometidos en el juego anterior, precisamos y aclaramos reglas, felicitamos a los jugadores destacados. Nos motivamos para crecer en las cualidades que queremos promover en los pequeños atletas: la disciplina, la concentración y el espíritu de equipo. Detrás de cada una de estas palabras hay un programa de crecimiento humano y espiritual. La disciplina implica puntualidad y orden, y toca aspectos tan sencillos como entrar y salir del campo corriendo en cada “inning”, jugar con las manos en las rodillas y los ojos puestos en el bateador cuando el equipo está a la defensa. La concentración exige estar en el juego con los cinco sentidos para saber cuándo tengo que tocar al jugador, a dónde debo lanzar la pelota para hacer el “out”, qué base requiere mi asistencia, atención al “manager” para “coger” la seña. El espíritu de equipo implica apoyar al jugador que comete errores. Esto es algo de lo que más nos cuesta: en la punta de la lengua los niños tienen la palabra que descalifica: “eres un muerto”, “rrratón”, “eres un tronco de yuca”, eres una “malanga”. Terminamos el entrenamiento con un saludo parecido al del inicio: “compañeros listos”, los niños responden nuevamente y a pleno pulmón: “listos”, el niño capitán entonces añade: “un buen estudiante” y todos corean: “un buen deportista” y luego replica invirtiendo los términos: “un buen deportista”, el equipo responde “un buen estudiante” y todos nos damos la mano y nos citamos para el día siguiente a las siete y media de la mañana. Desde las siete de la madrugada del sábado ya se oyen las primeras voces de los atletas que llegan vestidos lo mejor que pueden, para gritar a los cuatro vientos que son peloteros. Unos traen una gorra deshilachada, otros un pantalón que hunden en el calcetín, los que pueden se pintan o cosen un número en la espalda. Nos sentamos en las escaleras delante de nuestro campo deportivo y tenemos un momento de indicaciones últimas antes del partido. Concluimos con una “bulla” que a ritmo de reguetón dice así: “en el juego de pelota/ donde juegan los atletas/ en primera hay un gato/ en segundo una pantera/ y en la línea de tercera/ un bravísimo león/ nuestro “short” es una estrella/ nuestros “fielderes” también/ nuestro “cátcher” es un rifle/ nuestro “pitcher” un ciclón/ y este juego se ha acabado/ y los piratas han ganado”. Nos llamamos piratas porque Cienfuegos tiene un pasado de bucaneros, corsarios y filibusteros. Queremos ser piratas, aventureros que luchen a favor del bien. Enseguida, nos repartimos las dos mochilas que guardan un tesoro precioso de nueve guantes, tres pelotas, una mascota, un guante zurdo, los arreos del “cátcher”, el peto, la careta, y por último el bate, y nos dirigimos al campo del barrio vecino de Tulipán. Todos se pelean por llevar el bate. En el trayecto van comentando las hazañas del partido de la semana anterior y también las anécdotas de la serie nacional y del equipo fantástico de los “elefantes” de Cienfuegos que ahora están “escapa´os” y van en primer lugar. Para llegar al campo de la Barrera, tenemos que caminar alrededor de unas diez cuadras. Los peloteritos caminan “anchos”, como pavorreales, por unas horas pertenecen a la escala más elevada de la especie humana; algunos transeúntes les gritan “allí va el futuro equipo Cuba” y otros contra atacan: “ya van a que los desplumen otra vez”. Ellos se sienten soñados. A las 8.30 a.m. llega la hora de la verdad, el momento en que “hablará” el terreno, y allí no hay engaño. Con los niños de once y doce años jugamos a cinco “innings”, a la “suave” y sin robo de base, con los más grandes lo hacemos a la “dura”, con robo de base y a siete “innings”. Nuestra liga comprende varios equipos: los tigres, los leones, las panteras, los cocodrilos…. en el caso de los pequeños, o bien: Caonao, Pastorita, la Barrera, Buenavista…. tratándose de los mayores. Nuestro campo deportivo nos parece que compite con el Latino, a pesar de que el “back stop” está agujereado, los “dugouts” semidestruidos y la superficie de la cancha tiene algo de montaña rusa. Allá en la Barrera nos espera siempre Francisco Cantero, “gloria del deporte”, segunda base y manager del equipo Cienfuegos en los años 70s y alguna vez jugador del equipo Cuba. Es una persona excepcional que ama el béisbol, ama a los niños y cree que a través del deporte es posible soñar en una Cuba más grande. De él hemos aprendido además de cómo sujetar el bate y cómo manejar el guante, cómo pisar las almohadillas, cómo cubrirse del sol cuando se “fildea” un “fly”, y lo que es más importante la responsabilidad, la vergüenza deportiva y el amor a la Patria. Por dos horas, que es el tiempo que dura el partido, lo complicado de la vida diaria se esfuma: la preocupación por el resolver, la salud, los exámenes o las tensiones caseras son enviadas al limbo y lo único que existe es una pelota, un montículo y un “home”. Es emocionante ver cómo los “peloteritos” intentan y a veces consiguen el “squeeze play” y el “doble play”, juegan al “toque de bola” y “esperan el primer strike”. Un grupo nutrido de vecinos y transeúntes se encargan de ponerle pimienta al partido con sus comentarios desde las calles aledañas. Hemos tenido finales sólo aptas para cardíacos, que se ganan haciendo una atrapada que deja la carrera del empate en las almohadillas o bien conectando el “hit” que empuja la carrera de la victoria y deja al equipo contrario en el terreno. Si la victoria nos sonríe la festejamos concentrándonos en el montículo del “pitcher” y arrojando las gorras al aire. Si por el contrario perdemos, agachamos la cabeza y guardamos silencio. Terminamos nuestro partido alineándonos los dos equipos junto al “home”, en forma de escuadra, en la línea de primera uno, en la de tercera el otro, y escuchamos el análisis que Francisco Cantero y cada uno de los entrenadores hace del partido. En él destacamos no sólo las deficiencias y méritos deportivos, sino también las fallas y aciertos de conducta, las virtudes y los valores que emergieron durante el juego. Felicitamos a los jugadores destacados y terminamos dándonos la mano. Cuando ganamos, el instinto natural, a veces lleva a algunos jugadores a burlarse del adversario increpándolo burlonamente: “perdieron”. Hacer conciencia en los niños que un buen pelotero en lugar de decir “perdieron”, felicita al contrincante con una expresión, como: “jugaron bien” es tarea que pide paciencia y que lleva tiempo. En el camino de regreso a casa venimos comentando el partido, saboreando la victoria o dejando que el ardor de la derrota se desvanezca. Conversamos sobre los errores y las atrapadas, los “ponches” y los “homeruns”, los que fallaron a la hora de la verdad y los que respondieron: “yo batée de cuatro tres”, “fulano nos salvó”, “mengano empujó la carrera del triunfo”, ”pónme de ‘cátcher’ para el próximo juego”, “lo mío es el ‘short’”, etc. Todo termina nuevamente en la casa marista con un refrescante vaso de agua helada que servimos de la jarra que Estrellita nuestra amable cocinera ha dejado en el refrigerador. Y nos citamos para el siguiente viernes. Creo que la pelota es un camino para evangelizar humanizando. Y también una manera de mostrar un nuevo rostro de ser Iglesia. __________________ H. Carlos Martínez Lavín fms. |
miércoles, 1 de junio de 2011
El béisbol en Cuba - Un camino para evangelizar humanizando
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario